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La Ballena Ilustrada en Notiplaya 11.05.2021

Un poema del 2018 que pongo con un gallo inevitable, uno de los mejores que he visto: el del maestro Mario Abreu CREO QUE ERA MI GALLO Acuchilla el aire con s...u pico gentil se baña solitario bajo una cascada de esferas recuerdo a ese gallo mirando el plumaje solar de espaldas a la cansada noche que de alguna manera era una madre compartida conozco los gallos en persona he visto de cerca sus cuerpos oriflama con sensaciones azules y verdosas que revelan sus mañas de faisán he tenido en el hombro uno posado con sus patas de ave fénix renaciendo en las cenizas de la madrugada pesaba como si me hubiera atrapado robando mangos llegué a decir en voz baja que yo era el Corsario Negro y él sería mi loro de pirata feroz pero solo pretendía que yo fuera un muro, un tronco, una cerca confiable A veces me despierto con esa presión en el hombro y creo que va a conectar su canto con los demás gallos y darle otra vuelta sonora al planeta aunque no cantaba con ese fin, ni para despertarnos eso siempre fue un secreto entre él y la aurora

La Ballena Ilustrada en Notiplaya 24.04.2021

QUO VADIS Con el latinazo, quizás dirigido a sus anfitriones italianos en su confinamiento napolitano covidiano, la pregunta Adónde Vamos del profesor Roadrunner resume con el título el contenido de la canción enviada para su interpretación a la clase virtual de Public Opinion de la Universidad Intercontinental de Miami , siguiendo en la misma onda musical de semanas anteriores: ****** My Class yo quiero saber/...Continue reading

La Ballena Ilustrada en Notiplaya 14.04.2021

Felicidades a mis amigos de la colonia Tovar Blanca Stuart Braunmüller Maya Braun El 08 de abril de 1843, se fundó la Colonia Tovar, localidad del estado Ara...gua, cuyos primeros habitantes fueron los colonos alemanes que integraron la primera inmigración dirigida hacia Venezuela, organizada por el geógrafo Agustín Codazzi See more

La Ballena Ilustrada en Notiplaya 22.03.2021

LA COLONIA TOVAR Por Eduardo Casanova Conocí la Colonia Tovar en enero de 1960. A partir del 14 de diciembre de 1959 había visitado todos los días a la bella e ...inteligente Natalia López Arocha, pero el 1 de enero (del 60) me pidió que no la visitara el 2 porque iba a hablar con las monjas salesianas en Los Teques, y convine en mi primo hermano Carlos Julio Casanova y con Alonso Palacios que iríamos a pasarnos el día en la Colonia Tovar, que poco ante se había comunicado con El Junquito por la nueva carretera construida por el gobierno de Betancourt. Uno o dos años antes había estado relativamente cerca de la famosa Colonia, cuando fui con el grupo de amigos en donde estaban María Antonia Frías, Beatriz Gerbasi, María Elena Coronil, Antonio Padrón, Antonio Iszak, Rodolfo Milani, el propio Alonso Palacios y otros, a buscar moras más allá de El Junquito. Hablamos entonces de la Colonia Tovar. Yo tenía una idea muy difusa, pero Alonso, siempre muy bien informado, nos habló del lugar en donde hacia el final de la primera mitad del siglo XIX se estableció un grupo de alemanes de la Selva Negra, traído a Venezuela por Agustín Codazzi durante el gobierno de José Antonio Páez, que por culpa de la agitación política del país fue dejado a su suerte y quedó aislado por mucho tiempo. Nos dijo que los descendientes de aquellos colonos eran campesinos criollos pero rubios y con un idioma propio, que conservaba mucho del alemán que hablaban sus fundadores pero se había corrompido con el tiempo. La poca información de que yo disponía provenía de mi primo hermano Emilio Pittier Sucre, que visitó la Colonia cuando tendría 9 o 10 años, acompañando a su abuelo, el sabio Henri Pittier: subieron a lomo de mula desde La Victoria y se alojaron en una edificación comunal junto a la iglesia, pues entonces no había ningún hotel, y me comentó lo del idioma y lo del aislamiento, que había sido la causa de muchas taras de sus habitantes a causa de la endogamia. Nuestra visita de enero del 60 fue muy interesante. Almorzamos en Hotel Selva Negra, y recorrimos La Colonia a fondo, visitamos la iglesia y lo que deduje habría sido el lugar en donde se alojaron Emilio y su abuelo, y cuando nos disponíamos a regresar a Caracas entramos a una bodega un poco más abajo de la iglesia, atendido por un coloniero, rubio, de ojos azules y desdentado, que hablaba como cualquier campesino venezolano, lo que era realmente interesante. Alonso le preguntó acerca del camino a La Victoria, y el hombre nos explicó que debíamos subir por la misma calle, pasar el sitio al que llegaba la nueva carretera de El Junquito, seguir siempre hacia arriba y al llegar a la primera encrucijada coger por er camino más principar, y al cabo de un rato llegaríamos a otra encrucijada y allí debíamos coger por er camino más principar, y la tercera o cuarta vez que nos dijo aquello de coger por er camino más principar, Carlos Julio, muy divertido, le preguntó que si siempre había que coger por er camino más principar, a lo que el hombre respondió que sí, que siempre había que coger por er camino más principar, de modo que aparentemente era pan comido. Decidimos que regresaríamos por La Victoria y emprendimos, optimistas, nuestra alegre travesía. Era, desde luego, una carretera mucho más estrecha y sinuosa que la de El Junquito, y pronto nos dimos cuenta de que no era fácil decidir cuál era er camino más principar, pues en más de una encrucijada los dos caminos parecían principales. Varias veces tuvimos que bajarnos del Volkswagen a discutir cuál era er camino más principar, y en algunos lo decidimos después de medir el ancho de las vías posibles y tratar de discernir a partir de las huellas que quedaban en sus pavimentos. En uno que otro pudimos preguntarle a alguien cuál era er camino más principar, o por dónde se llegaba a La Victoria. Por supuesto, nos cayó encima la noche, y llegó un momento, cuando nos vimos transitar entre tinieblas por un camino estrecho rodeado por cañaverales, que los tres tuvimos que disimular el silencioso miedo que nos envolvía. Hasta que vimos un letrero salvador que anunciaba nuestra cercanía a La Victoria. Lo habíamos logrado, y ya no tendríamos que decidir cuál era er camino más principar. Rápidamente volvimos a Caracas por la Autopista, que tenía muy poco tiempo de terminada y no ofrecía dudas en cuanto a er camino más principar. Cerca de la medianoche dejé a mis amables acompañantes en sus casas y me fui a dormir a la mía. No podía imaginar, ni mucho menos saber, que apenas veintisiete años después viviría en la Colonia, ya convertida en un centro urbano que vivía del turismo y de la agricultura, y en el que ya el alemán coloniero prácticamente se había olvidado, aunque muchos de sus habitantes estudiaron y aprendieron el verdadero alemán para atender a los curiosos turistas que llegaban de Alemania a conocer ese extraño pueblo teutón ubicado en las montañas de un país tropical. La causa de mi presencia en la Colonia fue la siguiente: por recomendación de mi tío político Hans Münch contraté, para algo así como la conserjería y el mantenimiento de la Casa de Rómulo Gallegos a un extraño personaje llamado Marcos Salazar Ruiz, nieto del general Cipriano Castro, Casado con una parienta mías y muy simpático como todos los estafadores. En esos días se recibí la herencia de mi madre, y Marcos, que era el dueño de un negocio en La Colonia, me invitó a visitarlo un fin de semana. Así conocí La Ballesta, que tenía un bar con campo de ballesta, un restaurant cerrado para ser sustituido por otro un poco más grande, que tendría anexa una parrilla al aire libre, y nada más. Marcos me planteó que en donde había estado el restaurant quería hacer unas cabañas para turistas al estilo de las de Mérida, y me pidió que le prestara lo necesario para hacer la remodelación. Después de consultar a Hans Münch, le presté el dinero sin mayores ceremonias. Ambos salimos de la Fundación Celarg, y Marcos me informó que no podría pagarme lo que me debía, razón por la cual le propuse que me cediera la mitad de las acciones de La Ballesta en pago de la deuda, y aceptó. Convinimos en que él manejaría el bar, el campo de tiro y las cabañas y yo el nuevo restaurant, que estaba listo para arrancar. Pronto, con Natalia a la cabeza, empezó a funcionar el nuevo establecimiento. La parrilla al aire libre se la cedimos a mi hija mayor, Natalita y su marido, Eugenio Münch, contratamos a un chef alemán, una cocinera, una lavaplatos y un mesonero. El chef duró poco y seguimos adelante sin él. Yo me encargué de la caja y el bar, y nos fue muy bien. Alquilamos una casita en el sector Cruz verde. Los lunes, muy temprano, viajábamos a Caracas, tanto Eugenio y Natalita como nosotros, a hacer las compras de la semana y cualesquiera otras gestiones, y los martes regresábamos casi de madrugada para abrir hasta el domingo. El restaurant se distinguía por su calidad, y pronto empezamos a tener clientes habituales, sobre todo caraqueños. Nos iba especialmente bien. La meta que nos habíamos fijado para un año se alcanzó y se superó en apenas cuatro meses. Las cabañas se terminaron, pero no rindieron lo que Salazar había previsto. El bar con ballesta funcionaba muy bien pero solo los fines de semana. El restaurant, en cambio era un éxito. Por mi iniciativa organizamos un Festival de Música de Cámara que funcionó a medias. Pero un desgraciado accidente automovilístico sufrido por Natalia por culpa de la famosa mancha negra, en la entrada de la Colonia, cerca del llamado Arco, nos obligó a dejarlo todo de la noche a la mañana. Los gastos médicos me abrumaron, y a Salazar tampoco le estaba yendo muy bien. Sus cabañas lo tenían con el agua al cuello. Tuvimos que vender la empresa y, por mi parte, no me quedó más remedio que volver a la Cancillería y dejar atrás aquella aventura, interesante, pero muy cercana a la locura. Lo único que me quedó de aquello fue un libro de poesía que escribí para matar el tiempo mientras fungía de cajero. See more